Reflexionar sobre la trayectoria de la revista Primer Acto es algo más que realizar una acción laudatoria sobre un hecho cultural insólito. En un país como España, donde la valoración de la estabilidad, el compromiso con los discursos plurales y la importancia de salvaguardar la memoria, no es práctica habitual, resulta realmente admirable que podamos celebrar el cincuenta aniversario de una aventura editorial que nació en abril de 1957.
Como ya existen dos publicaciones que recogen la historia de la revista y una antología de sus materiales (me remito sobre todo a la publicación que sacó el Centro de Documentación Teatral en el año 1991y que recogía la andadura de los 30 primeros años), intentaré acercarme a este aniversario desde una doble óptica, pero siempre personal. Por un lado la de alguien que formó parte del Consejo de Redacción a mediados de los años 70, y el del lector fiel a la publicación desde aquellos días lejanos de finales de los sesenta en que hacía teatro amateur, para luego pasar a militar en las filas del teatro independiente. Así en este tránsito que va desde las experiencias de teatro aficionado, a los años gozosos de Tábano, la experiencia de dirigir diez años el Centro Nacional de Nuevas Tendencias Escénicas y ahora la Muestra de Teatro Español de Autores Contemporáneos, la revista me ha proporcionado un extenso, rico y complejo material teórico que me ha ayudado a algo tan fundamental como es obligarme a “pensar el teatro”. Eso que siempre parecía como un pecado, sobre todo cuando inicié mi andadura profesional, donde la mayoría de la profesión apostaba por el practicismo inmediato de las tablas y despreciaba la reflexión teórica como si pensamiento y teatro fueran como el agua y el aceite. Ciertamente que los intelectuales que fundaron Primer Acto y luego la generación del “teatro independiente”, dieron un giro radical a esas mezquinas ideas del tardofranquismo.
La coherencia
Es interesantes constatar cómo analizando los diferentes Consejos de Redacción, a lo largo de este largo periodo, con los hombres y mujeres de nuestra escena que han escrito artículos, reportajes, entrevistas, notas o críticas, la revista ha tenido una coherencia interna, siempre vinculada a la contemporaneidad del hecho escénico y siempre apostando por mostrar lo más vivo de la escena nacional e internacional. Además de esa crónica imprescindible, la publicación de textos fundamentales de la dramaturgia mundial más actual y la extensa nómina de obras de nuestros más importantes autores españoles. Y no sólo apostando por los más consagrados e importantes, sino también por los más jóvenes y novedosos. Lógicamente todo este largo proceso no puede entenderse sin la presencia constante, casi como la columna vertebral de este proyecto, desde su fundación hasta la actualidad, de José Monleón. Su voluntad, su compromiso y su entrega a la causa de la reforma continua del teatro español le ha hecho estar en varios frentes de batalla, pero quizás sea Primer Acto su logro más importante como referente imprescindible para varias generaciones.
Muchas veces he colaborado con esta revista, pero con tan sólo 19 años, y siendo sólo un alumno de la RESAD, fui admitido a formar parte de su Consejo de Redacción. En aquel año me presentó al Consejo uno de sus colaboradores, que luego dirigiría otro proyecto editorial muy importante, Moisés Pérez Coterillo, junto al que entonces ejercía de director periodista Santiago de las Heras (otra extraordinaria persona, por desgracia y al igual que Moisés, desaparecidos ambos en plena madurez de sus discursos creativos). Pero era, sin duda, Monleón quien ejercía de gran patriarca y coordinador del proyecto, en las reuniones a las que nos convocaba en el desparecido y entrañable Café Lyon, lugar fantástico para debatir, reflexionar, conversar y conspirar. En aquellas reuniones, a las que yo asistía incrédulo por haber sido admitido y en las que se me encomendaron además, tareas para ejercer de crítico (mejor no leer demasiado aquellos materiales juveniles), acudían personalidades de la talla de Paco Nieva, Ricardo Doménech, Ángel Fernández Santos, además de los ya mencionados. ¡Qué placer recordar aquellos encuentros! ¡Cuánto aprendí en aquellas tertulias! ¿Por qué ha desaparecido esa costumbre entre las gentes del teatro? Hoy todo es atropellado, e incluso algunas reuniones de Consejo de Redacción en alguna revista en las que suelo colaborar, me parecen ya algo más cercano a un Consejo de Administración de una tópica empresa, que a un auténtico proyecto cultural y, por tanto, cargado de polémica, debate, cuestionamiento y dialéctica.
De cualquier manera, y más allá de mi relación directa con la escritura en la revista, dos son los factores fundamentales para agradecer a Primer Acto: su existencia y su perseverancia. Por un lado el haberme permitido conocer a tantos y tantos creadores y movimientos del hecho teatral desde que empecé a leerla y coleccionarla a principios de los setenta. En ese momento no se contaba con las autopistas de la información que hoy existen, y por eso solo podíamos conocer la actividad de los creadores o bien con la presencia directa en sus espectáculos (algo imposible en aquella época, ya que en el interior no se daban las posibilidades políticas y para salir al exterior no se daban las condiciones económicas), o bien leyendo entrevistas, reportajes o artículos de esos protagonistas, editados en las páginas de la revista. Por eso mi memoria emotiva teatral debe tanto a una publicación que me enseñó a soñar con Bertolt Brecht, Meyerhold, Grotowsky, el Living Theatre, Peter Brook, el teatro radical americano, los movimientos latinoamericanos, el Piccolo de Milán, Peter Stein, Ronconi, Grüber, o, incluso el teatro independiente español, a través de esas referencias literarias o las fotos aparecidas en la publicación. Tampoco puedo olvidar la cantidad de textos dramáticos que he tenido el placer de descubrir, en esa línea de valentía editorial para publicar materiales que jamás se atreverían las empresas al uso.
Por el otro lado, la atención que siempre he prestado a los análisis o críticas que mis actividades como director de escena, actor o gestor, desde las giras de Tábano, los múltiples espectáculos presentados en la Sala Olimpia, sede del CNNTE o en las crónicas sobre la Muestra de Autores de Alicante, ha ido sacando periódicamente la revista. Estas referencias han sido siempre para mí un motivo para no quedarme quieto, evolucionar y, de paso, reivindicar el pensamiento como motor fundamental de cualquier actividad escénica.
* Guillermo Heras es director escénico