Revista Primer Acto

Ángel Facio: ¡Enhorabuena, colegas!

¿A quién hay que felicitar en estas bodas de plata? Así a primera vista, a cualquiera se le ocurriría lo más obvio: a nuestro incombustible tío Pepe, que ha aguantado cuarenta mil chaparrones y no por ello ha cejado en su inquebrantable decisión de tirar del carro de Tespis. Alguno, más demócrata, incluiría en la tarta de las cincuenta velitas a cuantos han hecho posible la publicación a lo largo de todos estos años. ¡Hasta el mismísimo Alfonso Paso metió cuchara en este plato, aportando su granito de… arena, por muy imposible que parezca desde aquí! Sí, no conozco a nadie que haya transitado por este entrañable sindicato de la mueca sin implicarse de una manera o de otra en Primer Acto. Algunos más afortunados (?) incluso llegamos a formar parte del Consejo de Redacción.

Yo creo recordar que aguanté el tirón en los tiempos goliardos, de 1968 a 1973, ocupándome con el extinto cronopio Cristian Casares de una amplia sección dedicada al Teatro Independiente. Hicimos entre otras cosas una encuesta –que nunca llegó a procesarse debidamente– a cien grupos españoles, aunque la verdad sea dicha, no todos resultaron… independientes. Al menos, esa fue la conclusión a la que llegamos entonces, después de muchos kilómetros de carretera y manta. También nos vimos implicados en aquella locura que fue el Festival 0 de San Sebastián, en 1970, que vendría a significar un punto de inflexión en el desarrollo del entonces balbuceante teatro independiente español. Gracias a la cobertura que nos prestó Primer Acto, aquel Festival reunió a la flor y nata de la actividad escénica española, y pudimos realizar los ajustes de cuentas necesarios tras su lamentable y suicida liquidación.

Con la llegada de la democracia, o mejor, una vez finalizada la transición, a mediados de los 80, y tras salvar innumerables crisis, en las que la distribución de la revista parecía ser el punto más espinoso, Primer Acto consiguió estabilizarse definitivamente. Otras muchas revistas se quedaron en el camino. Pienso en Yorick, en Pipirijaina, en El Público, y media docena más de menor fuste y alcance, y no puedo ocultar mi satisfacción de haber pertenecido a Primer Acto, aunque en la actualidad mi condición no exceda a la del simple y sufrido suscriptor.

Y aquí quería llegar yo con la retórica pregunta que abría estas líneas. Debemos felicitarnos todos los que hemos pisado un escenario. Ante el garbancerismo generalizado de la España franquista, ¿dónde nos enteramos de quiénes eran Brecht, Artaud o Stanislawski? ¿Dónde pudimos debatir nuestras posturas? ¿Dónde expusimos nuestras opiniones? ¿Dónde nos informábamos del teatro que se hacía por esos mundos –o por esas provincias– de Dios? Pues, eso: enhorabuena, colegas, por haber disfrutado durante medio siglo de una publicación que, en el peor de los casos, nos ha ayudado a mantener el norte. Y que no sea necesario, al menos en los próximos tiempos, tener que llegar al… Segundo Acto. Con el primero nos basta.

* Ángel Facio es director teatral, pionero del Teatro Independiente