La revista teatral Primer Acto cumple cincuenta años de existencia y aparición ininterrumpida. Toda obra de cultura, y una revista cultural lo es en alto grado, precisa de convicción y tesón para que su propuesta y su labor fructifiquen. Quienes nos ocupamos de tareas similares lo sabemos bien.
La historia cultural española esta plagada de revistas nacidas con ímpetu y entusiasmo que tuvieron vida efímera: unas pocas semanas, algunos meses en las más provectas, bastaron para que llegaran a su fin. En todos estos casos o bien las convicciones eran cortas, o faltaron los recursos, o claudicó la tenacidad. Por todo ello los cincuenta años de una revista especial y especializada como Primer Acto constituyen ante todo una gran noticia.
En aquel lejano 1957, año de su aparición, yo era todavía un adolescente. Fue varios años después, ya en la universidad, cuando llegó a mis manos una de sus entregas. El primer “teatro leído” que dirigí con el Teatro Universitario de Medicina zaragozano, El tintero, de Carlos Muñiz, lo hice con ejemplares de la revista que la insertaba en sus páginas. Quienes no tuvieron que vivir por edad aquella España de hace medio siglo, comprenderán con cierta dificultad la importancia que tuvo para muchos de nosotros esta publicación que nos hablaba de teatro contemporáneo, nos ofrecía obras imposibles de hallar de otro modo, planteaba debates en donde surgían nociones estéticas o políticas inusuales y era ante todo un conducto de relaciones culturales. Allí publiqué también mis primeros artículos o notas de dirección, lo que me produjo entonces suma satisfacción.
Los comienzos no fueron fáciles ni tampoco su continuidad. Contemplados desde la distancia y perspectiva que ahora tenemos, parece que todo se diluye en una nebulosa en la que destacan ante todo los momentos felices y los desabridos y lacerantes pasan a segundo plano o son recluidos en el arcano de las ocultaciones. Nuestra memoria es así, pero justo es destacar ahora el esfuerzo que todo ello ha llevado consigo, muy en particular de quien ha sido en todo momento su inductor, conductor, guía y artífice máximo de este largo periplo. A su tenacidad debemos muy en particular esta gran obra de cultura que es Primer Acto.
Porque en definitiva de eso hablamos: de lo que significa para nuestro patrimonio cultural una publicación que, como Revista de Occidente, Ínsula o El Ciervo, ha alcanzado una categoría histórica ineludible. Que supone un firme trazo en nuestra historia teatral del que muchos aprendimos y que alimentó más tarde polémicas y debates siempre esclarecedores. Que nos ha dejado el testimonio del quehacer escénico español, que nos ha abierto ventanas hacia el de otros países y que ha ahondado en nuestras vicisitudes y conquistas.
Por todo ello envío con sumo placer mis calurosas felicitaciones y las de la Asociación de Directores de Escena de España (ADE) a esta publicación señera, deseándole una larga vida. Y a José Monleón, nuestro reconocimiento por su trabajo y su pasión teatral.
* Juan Antonio Hormigón es Secretario General de la Asociación de Directores de Escena de España