Eso fue para nosotros Primer Acto, la forma de enteramos de lo que pasaba por el mundo, cuando aquí no se daba noticia de nada. Gracias a Primer Acto nos enteramos de que existían Ionesco, Beket, Adamov, el Living Theatre, del Berliner, del Teatro Experimental de Cali y, también, nos ayudó a conocemos a nosotros mismos dando testimonio de los trabajos de los distintos grupos que trabajábamos en el estado español.
A través de Primer Acto conocimos también a nuestros autores, a nuestros escenógrafos, a nuestros directores, a los distintos grupos de Teatro Independiente.
Cuando las críticas empezaban con “En un bonito decorado… ” y no pasaban de ser una pequeña crónica social más que un juicio sobre el espectáculo, Primer Acto nos acostumbró a unas críticas no sólo “mas críticas”, sino que solían ir acompañadas de mesas redondas y entrevistas con los participantes en el montaje.
Precisamente, la primera obra que hicimos con Tábano, El juego de los dominantes, la montábamos al “estilo Living Theatre”. Podría afirmarse que era la primera obra que se montaba “por correspondencia”, ya que ninguno de nosotros había visto actuar al Living y la única noticia que teníamos del grupo era por lo que Primer Acto había publicado. O sea, que fue la causa de que nos atreviéramos, con aquella inocencia y desparpajo que nos caracterizaba por aquellos tiempos, a montar una obra a la que dedicamos seis meses de ensayo y de la cual hicimos tan sólo dos representaciones en el Colegio Mayor San Juan Evangelista. Al no haber pasado por la Censura preceptiva, en aquellos tiempos, nos pusieron una multa de 25.000 pesetas, que nunca pagamos y que sirvió para que la mayoría de los componentes del grupo pasáramos del “hippismo” al “pensamiento Mao Tse Tung”.
De todo eso es culpable Primer Acto entre otras muchas cosas, porque Pepe Monleón, director y alma de la revista, fue también el causante de nuestra asistencia al Festival de Manizales, en Colombia, que tan fundamental fue para muchos de nosotros, al ponernos en contacto con una realidad que terminaría influyendo en nuestra formación, a través de hombres de teatro como Enrique Buenaventura, Atahualpa del Cioppo, Augusto Boal…
Es tontería tratar de reseñar todo lo que ha salido en Primer Acto. Habría, en todo caso, que decir que aquél que sea capaz de decir alguna cosa, que tenga que ver con el teatro, y que no haya sido tratada por la revista, se le dará un premio, una medalla o un viaje alrededor del mundo.
Para terminar, nuestro a agradecimiento a Pepe Monleón, por haber sido capaz de mantener durante tantos años una revista de la que nos sentimos participes un montón de teatreros de uno y otro lado del Atlántico
Estábamos lejos hasta de la luz. Aquel local en el que inicié a principios de los setenta mi andadura teatral no tenía ni ventanas. Orain tenía cedido un espacio en el edificio de arbitrios municipales que colindaba por un lado con el mercado de frutas y por el otro con el Hospital Militar. El pasillo por el que se accedía a aquel enorme zulo daba a una hermosa terraza a la que teníamos prohibido asomarnos por razones obvias.
En aquel mundo oscuro, aislado, metáfora quizás de lo que vivíamos en nuestro intento de hacer teatro, el Primer Acto –que nos lanzaba con un gesto significativo de “a ver si os enteráis de algo” nuestra directora e introductora en el mundo de la escena, Maribel Belastegi– era esa ventana de la que carecíamos.
Inevitablemente mis primeros recuerdos de la revista –que acababa siempre manoseada para desesperación de su dueña– están íntimamente relacionados con esos primeros pasos y con los años que precedieron al final de la dictadura. El día que llegaba el Primer Acto los ejercicios preparatorios, improvisaciones o ensayos, según se terciara, empezaban más tarde.
* Juan Margallo es actor, pionero del Teatro Independiente