La Historia atestigua que el tiempo verifica la calidad de las obras de los seres humanos concediendo la perennidad a las que la merecen; el olvido es el destino de los que no la logran. El hecho de concebir Primer Acto y, a pesar de cuantos problemas de tiempo y lugar dificultaban el largo camino hacia su logro y, más adelante, el de su éxito profesional y cultural, es la confirmación de nuestro aserto: Primer Acto celebra su primer cincuentenario.
Aquella idea inicial y su desarrollo posterior podría relatarse en una secuencia descriptiva: la revista Triunfo, José Monleón y quien garabatea y firma estas líneas preliminares: hasta aquel alto palomar del piso trece del madrileño Palacio de la Prensa donde Triunfo tenía su minúscula sede, llegó un feliz día José Monleón. Ni uno ni otro lo sabíamos y, sin quererlo, ambos estábamos estableciendo una afortunada conjunción de propósitos, porque aquella Redacción era el lugar que él buscaba desde que salió de Valencia, harto de su despacho jurídico, rumbo a la libertad. Para Triunfo, Monleón encarnaba al periodista cabal y consumado que uno imaginaba para acometer la definitiva transformación de la revista, cuyo reducido cuerpo de redacción se había ido desmoronando poco a poco ante las diferentes y apetecibles ofertas económicas que recibiera cada uno de sus miembros, lo que llevó al negativo desenlace de que el conjunto redaccional se hundiese en una deserción total y definitiva. Sólo quedó Castaño, el obstinado triunfista y ex perseguido anarquista que no dejó de estar a mi lado desde febrero del 46.
La soledad laboral de Castaño y mía era, pues, insostenible, por lo que habíamos incorporado a la mesa de trabajo al joven periodista Serafín Pro y al autor teatral Carlos Muñiz quien, generosamente, se había ofrecido a ayudarnos cuanto tiempo hiciera falta. Aquel fue el momento en que la diosa Fortuna nos envió a Pepe Monleón con quien Triunfo inicia definitivamente su transformación.
Y ése fue también el instante preciso en que, simultáneamente, el propio Monleón concibe la idea de una revista sobre teatro. Idea que, pensada y repensada por su autor, me la fue transmitiendo con su innata persuasión. Ponernos ambos a considerar y evaluar pros y contras de tan sugestivo proyecto fue todo uno.
La advertencia del Poder
Así pues, muy pronto y con mi Carnet de Prensa por delante, ambos nos presentamos, ahora hace cincuenta años, en la Dirección General de Prensa y solicitamos la autorización para editar una revista mensual exclusivamente dedicada al teatro cuyo título definitivo aun no decidido nos obligábamos a presentarlo en breve plazo. Es útil añadir que, tratándose de publicaciones especializadas y de periodicidad mensual, además de acreditar los requisitos indispensables, no era difícil de obtener la autorización así solicitada. El Poder, por su parte, quedaba tranquilo tras conceder tales autorizaciones, porque la Censura ya se encargaba de aplicar férreamente las medidas que el Decreto de 1938, promulgado en plena guerra civil, disponía para “sujetar” a la prensa y a los periodistas.
A nuestras primeras reuniones nocturnas en la Redacción de Triunfo, presididas por Monleón y yo mismo, asistían José López Rubio, Alfonso Sastre, José Luis Alonso, Adolfo Marsillach y Ramón Nieto. De hecho, aquellas reuniones fueron auténticas tertulias no sólo sobre el presente y el futuro de Primer Acto, sino acerca de multitud de temas sobre la actualidad teatral y, también, de la actualidad a secas. Los sucesivos encuentros, con más asistentes a cada reunión, se celebraron en una cafetería del Edificio España y, después, en el Lyon.
Personal y sentimentalmente son para mí inolvidables varios recuerdos que se apelotonan en su diversidad al rememorarlos, entre ellos la visita que Monleón y yo hicimos a Don Ramón Pérez de Ayala para solicitar su colaboración en Primer Acto, o la polémica Buero-Sastre Teatro imposible y pacto social, publicada a lo largo de los números 14, 15 y 16 de nuestra revista o, en fin, el súbito requerimiento del ministro Fraga para que le visitáramos “inmediatamente” y a la que ambos acudimos con gran curiosidad pero también con explicable inquietud. El ministro pretendía “vendernos” su “plan político”: “Tienen ustedes muy serios enemigos a quienes escandaliza el contenido de su publicación. Si no colaboran con su moderación, yo no podré ayudarles ante el rigor de mis compañeros de gobierno. Quedan advertidos, señores”; y con esta amenaza como despedida, el ministro se levantó dando áspera y arrogantemente por terminada la entrevista.
Finalmente, permíteme mi dilecto Pepe Monleón, que las postreras líneas de este escrito quiera trazarlas para ti. Mi óptima satisfacción, mi mayor orgullo reside en haberte acompañado en los momentos iniciales de aquella quimérica aventura que tú has sabido continuar hasta hoy, convirtiendo a Primer Acto, cuando cumple su primer cincuentenario, en un honorable ejemplo profesional, cultural y social.
* José Ángel Ezcurra fue el primer director de la revista