Revista Primer Acto

TEATRO CONTRA EL OLVIDO VOL II / Pasajes de exilio

por Ángela Monleón

 

Primer Acto siempre se ha ocupado del exilio, de nuestro exilio. De hecho, ha sido uno de sus ejes vertebradores. Recuerdo ahora su número 1, en abril de 1957, donde se publicaba “Esperando a Godot” y, como en el teatro podemos imaginarnos todo lo que queramos, imagino hoy a Estragón, el que no recordaba nada, y a Vladimir, el que no olvidaba nada, como dos exilados, quizá esperando un regreso que no acababa de llegar…

Desde ese abril del 57, han pasado 361 números y algunos años. Intentar hacer en unas líneas el resumen de todo el exilio que habita las páginas de Primer Acto es imposible. Se agolpan los nombres propios como Bergamín, Alberti, Max Aub, María Luisa Algarra, José Ricardo Morales, Martín Elizondo, María Zambrano… junto a todos los que han reflexionado o escrito sobre esa memoria robada, esa memoria que nos pertenece, y sepámoslo o no, nos construye.

Por eso, era del todo lógico que nuestro camino se cruzara con el de José Sanchis Sinisterra y su Nuevo Teatro Fronterizo. Ya hicimos juntos el volumen 1, que recogía los textos dramáticos nacidos de una primera fase de Teatro contra el olvido en el que participaron Juanma Romero Gárriz, Nieves Rodríguez Rodríguez Carmen Soler, María Prado, Antonio Sansano, Rubén Burén y Pedro Cantalejo.

Ahora llega este segundo volumen, Pasajes de exilio, fruto de un año de investigación dramatúrgica del Club Benjamin sobre el exilio del 39 en el Norte de África, y se detiene en la infancia y las mujeres como sujetos doblemente silenciados, según se nos dice al inicio. También se nos advierte “El libro que tienes ahora entre las manos revela que el diálogo siempre es interrumpido y, paradójicamente, por serlo, puede alumbrar los senderos que permanecían en sombra, tímidamente.  He aquí lo que queda de todo ello: fragmentos de un viaje: nombres, fechas, cuadros, poemas, conversaciones, teatro… Pasajes de exilio…”

Cierro estas líneas sumando otro pasaje, testimonio del que fuera un niño de guerra y fundador de Primer Acto. Cuenta José Monleón en su libro de memorias:

Casi todos los días pasaban por encima los aviones que iban a bombardear las cercanías de Port-Bou o Port de la Selva, y recuerdo que más de una vez suspendimos el partido de fútbol que jugábamos en plena carretera para tendernos en las cunetas. A medida que avanzó la guerra, la zona se convirtió en la tierra de paso de los que huían a Francia. Recuerdo que un día vimos a Líster y que muchos lloraban y destrozaban sus pertenencias para que no se las quitaran en la frontera gritando: “No serán para nadie”. La mayoría no sabía a dónde se dirigía y qué les depararía la suerte. Cruzaban en riadas. Este final de la República española se grabó en mi imaginario para siempre. Yo lo llamaría el horror visto por la infancia. Que no es el visto por los adultos. He recibido, como no, la versión adulta, pero aprendí entonces que los adultos tienden a teorizar sobre el porqué de los desastres, mientras para mí, desde entonces, las guerras son, sobre todo, rostros humanos, dramas personales, agonías que tienen poco que ver con lo que dicen cronistas y políticos. Muchos años después, mi amistad con Max Aub o Rafael Alberti ha tenido mucho de encuentro con aquellos viejos protagonistas a los que necesitaba escuchar y preguntar.

Así que si nos interrogamos hoy ¿Teatro contra el olvido? La respuesta está clara: Teatro contra el olvido, siempre.

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