Revista Primer Acto

Una obra mágica

Sobre Seis hectáreas de olivos, de Aina Tur

por Alfredo Sanzol

 

¿Cómo se repara la violencia sufrida en la infancia? Nadie tiene una respuesta para esta pregunta por la que todas y todos daríamos mucho. Las heridas del trauma son heridas eternas, que además pasan de generación en generación. Heridas con las que tenemos que aprender a vivir. Sin embargo, aprender a vivir con algo, no quiere decir resignarse a algo. Aceptar y resignarse no sé si son sinónimos, pero no deberían serlo. La resignación suena a anulación, a rendición total. La aceptación tiene algo de rendición con esperanza, incluida la esperanza de la venganza. Aina Tur ha escrito con Seis hectáreas de olivos una obra mágica, en la que la purificación ocupa un lugar central. La necesidad de limpiar el daño, un daño que queda instalado en el cuerpo de una manera tan fuerte que paraliza, necesita ser extirpado y la protagonista de esta obra elige el método más antiguo y ritual: el fuego.

Esta es una historia de violencia contra una niña, enmarcada en la violencia general contra las mujeres de una familia, que se extiende gracias a los olivos a la violencia contra las mujeres de la cultura mediterránea y que se hace metáfora de la violencia contra todas las mujeres. Un hueso de aceituna concentra el terror de todas las víctimas y también el odio. La banalización del mal está presente en Seis hectáreas de olivos a través de la vida familiar y sus celebraciones, ese lugar que debería ser de seguridad es el centro de la tortura aceptada como parte de la vida cotidiana. Las mujeres que nacen sirvientas, y los hombres que nacen amos. Esa es la realidad.

Seis hectáreas de olivos es una obra ancestral, pasa ahora, pero podría pasar hace dos mil años, podría ser una historia de la Odisea entre dos primos que se tratan como hermanos. El olivo, la tierra, la aceituna, la fiesta, la cuna, el terror, las mujeres, los hombres, y la necesidad del fuego, la necesidad de la venganza. Es una obra de la que nace una estirpe fundada sobre un daño injusto y su venganza, una venganza que produce un daño purificador a través del fuego, una mancha que podría reclamar a su vez venganza. Es ancestral porque logra hacernos compartir la necesidad de la purificación a través de la destrucción, algo que nuestras mentes desacralizadas no entienden y nuestros cuerpos unidos por raíces desconocidas a los misterios, aceptan.

Los traumas que viven inconscientes, paradójicamente, están muy activos. Condicionan la vida. Hacerlos conscientes, recordarlos, traerlos del pasado y ponerlos encima de la mesa, aceptarlos, no los soluciona, pero son el paso esencial para manejarlos. El trauma inconsciente actúa como un manipulador que nos trae y nos lleva por lugares en los que no queremos estar y que no podemos evitar. Aina Tur ha escrito la obra de una mujer que elige salir del miedo. Romper el límite del miedo nos introduce sin remedio en lugares que sabemos terroríficos, y en los que, sin embargo, reside la posibilidad de vivir mejor. El trauma se desconoce, pero se intuye, atreverse a conocerlo da terror, pero del terror se sale fortalecido. Contradicciones, espejos inversos, zonas prohibidas.

La brutalidad de estos hombres nunca estaría hoy en un museo de los horrores. Siendo la brutalidad en la que todas nos hemos criado, y en la que seguimos inmersos, tiene el refrendo cultural. Un precio nauseabundo para una felicidad tradicional. El odio no nace del amor, ni de la ternura, ni del cuidado, ni de la simpatía. Es asombrosa la extrañeza de algunos frente a la desesperación de las víctimas. Los gritos de la protagonista de Seis hectáreas de olivos vienen de muy lejos, yo también los escucho en las mujeres de mi familia, son gritos que están en todos los lados, así que no puedo decir que no entienda la necesidad de cenizas, son las cenizas, que como una premonición de futuro, un día, acogerán los restos carbonizados del asombrado patriarcado.

*El texto dramático completo de Aina Tur y diversos materiales sobre él, en el número 368 de Primer Acto.