Itziar Pascual
El título de estas líneas procede de una expresión que recibimos, por teléfono o ante cualquier pantalla, cuando el acceso o disposición a algún recurso no es posible. Es frecuente su presencia en inglés – “Please, try again later”-, pero creo que a Jerónimo, crítico con el abuso de las expresiones sajonas en nuestro lenguaje, no le hubiera gustado su uso en un obituario suyo. Y es que Jerónimo López Mozo (Girona, 1942-Madrid, 2024)– autor teatral, ensayista, crítico y prologuista – nos dejó el pasado 19 de junio.
Nos dejó, pero no se van con él ni su obra, ni su legado, ni sus valores. Nos aporta cerca de ochenta textos teatrales, nacidos a partir de una pasión que, según él mismo contó, surgió en el Teatro Español de Madrid, en 1957, viendo El diario de Ana Frank, en versión de José Luis Alonso y dirección de José Tamayo, con Luis Prendes, Alicia Hermida, Berta Riaza o Pepe Rubio, entre otros, en el reparto. Su obra más recientemente publicada es Eterna madre Coraje, dedicada a la guerra de Ucrania. Imposible no citar, al menos, textos como Ahlán, por el que obtuvo el Premio Nacional de Literatura Dramática en 1998, El olvido está lleno de memoria, Las raíces cortadas, El arquitecto y el relojero, Ella se va o La verdad de los sueños, una creación de teatro para jóvenes. Y no pocos galardones, a obras concretas –como el Premio Tirso de Molina, el Enrique Llovet, el Hermanos Álvarez Quintero– y a su trayectoria, como la Medalla de la ADE, en 2005 o el homenaje brindado por la Muestra de Teatro Español de Autores Contemporáneos y la AAT, en el Salón Internacional del Libro Teatral.
El legado de Jerónimo López Mozo está unido a una visión analítica, rigurosa y constructiva de la crítica y la reflexión teatral. La ejerció en distintas publicaciones – Primer Acto fue una de ellas, en la que además fue miembro de su Consejo de Redacción– y siempre sostuvo una posición dialogante con los agentes teatrales y generosísima con los autores noveles y más jóvenes, a los que trataba sin ningún paternalismo, como verdaderos colegas. Sabía muy bien la diferencia entre ser heterodoxo y equidistante. Su forma de estar presente en los jurados de los premios y concursos teatrales era admirable: he sido testigo de ello. Y defendió, en las palabras y en los hechos, la relevancia del autor español vivo y la pertinencia de su acceso a los escenarios, con una visión amplia y elocuente. Recuerdo su presencia en las noches del Café Amnistía, defendiendo una postura siempre receptiva y generosa, o las conversaciones en el Festival Internacional de Teatro de Caracas, con el también desaparecido Rodolfo Santana.
Es aquí donde el título de estas líneas cobra más sentido. Jerónimo López Mozo perteneció a una generación –la del nuevo teatro, o Teatro underground– que padeció una perpetua dificultad de acceso a los escenarios. Él mismo lo explicó con estas palabras: “El paso de la dictadura a la democracia, tan esperado, no supuso, contra lo que muchos esperábamos, el final de las dificultades. No se confiaba en los autores que habíamos crecido en una sociedad sin libertades. Pero yo tenía poco más de treinta años y, a esa edad, lo último que se me pasó por la imaginación fue jubilarme. Tenía cosas que decir, o así lo creía”. Y ese espíritu de treintañero le ha acompañado siempre, intentando una nueva obra, una creación contemporánea y poderosa. Intentándolo más tarde, sí, y siempre resistiendo, sin reproches, victimismos ni quejas. Intentándolo de nuevo.
Su viaje dramatúrgico ha sido el de un progresivo desprendimiento formal –en sus propias palabras, “de un teatro un tanto barroco y rico en adornos hasta llegar a un texto austero” – y un compromiso constante en los valores éticos y democráticos. Valores como la defensa de la memoria histórica, del respeto al otro, al migrante y al exiliado –a los que dedicó una luminosa ponencia en los Encuentros de la Valldigna, de 2007– la crítica a las violencias contra las mujeres, contra los extranjeros. Su obra, como su vida, es una expresión de empatía.
Permanecen aquí su trabajo, su rigor y su respeto al teatro. En las páginas de Primer Acto, quiero señalar dos obras: Parece cosa de brujas, coescrita con Luis Matilla y publicada en el número 165 de nuestra revista y La infanta de Velázquez, en El Teatro de Papel, en 2006. Y por supuesto, su espacio, detallado y completo, en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes[1], y el análisis de su obra, a cargo de Carmen Perea y depositado en su tesis doctoral.
Permanecen su humildad y su ponderación. Y también el respeto de muchas y muchos de nosotros.
[1] cervantesvirtual.com/portales/jeronimo-lopez-mozo