por Carmen Losa
¿Dónde estamos? El suelo que pisamos es un lugar que no nos pertenece, somos nosotros elementos dispuestos sobre él. Nos lleva el viento con un soplo, nos aplasta un muro en una sacudida. Nos traga una grieta hendida en la tierra. Somos hormigas, panales de abejas, manadas de bisontes y bípedos con flechas dibujados sobre la húmeda piedra de una cueva dentro de una montaña. Míseros de nosotros, infelices. Purgamos el delito de haber nacido y nos pasamos los días buscando argumentos que nos exculpen. Ha caído la noche sobre nuestra memoria. No tienen recuerdo de los sucesos quienes no los vivieron. Qué pasó hace unas décadas, hace un siglo queda ya muy lejos. No nos afecta el pasado, aunque se obstine en volver a repetirse, condenando a estas marmotas a desperezarse en un bucle perverso. La maldad existe y nos acecha mientras el sueño inadvertido nos distrae. La maldad revestida de peces de colores y frases de vendedor ambulante. La maldad retuerce las palabras y los hechos y juega a vendernos un futuro grande y libre. La libertad es un concepto demasiado amplio, una aspiración de convivencia, de mirar a los demás y ofrecerles la mano, en lugar de pisotearles la cabeza. Líbrenos el destino y nuestra conciencia de los trileros del lenguaje, de los negacionistas de una realidad palpable, de quienes cambian de chaqueta, pero no de ropa interior. Somos juguetes en manos de Pucks. Segismundos somos, y Rosauras; y estamos a un paso de Ricardos y de Yagos. La vida es un sueño de una noche de verano en algún paraje del bosque de Dunsinane.
FOTO: Claudio Schwarz | @purzlbaum
De TRAVESÍAS: ¿La vida es sueño?. Primer Acto nº 360 (en imprenta)